jueves, 30 de agosto de 2012

A million time


Siempre hay un sabor amargo en las despedidas. Ese sitio, esa hora, esa ropa que vistes, ese perfume, ese abrigo, esos guantes ese maquillaje que el desconsuelo emborronó, todas aquellas cosas que ocurren en una despedida pasan a formar parte de un recuerdo desgarrador. No nos gusta sentirnos vacíos, incompletos y mucho menos que en aquel autobús, tren, coche, barco, avión... se escape una parte de ti. Se crea un fuerte mezcla de lo favorable y lo nocivo. Y te encuentras de pie al bordo de un abismo. El azar permanece escondido por tu peligro. Vovlerías atrás para vigilar cada uno de tus pasos meticulosamente. Para no tener que lamentar ahora su marcha. Parte de la inseguridad s ehace en ti. Varias lágrimas recorren tu mejilla quitándote las ganas de sonreír por algún tipo de reencuentro. No hay modo de arreglarlo, de arreglar el tiempo reconstruyendo pieza a pieza una realidad inexistente. La verdad es que la lluvia se acerca y tengo que buscar un nuevo lugar dónde resguardarme de la tempestad que yo misma he apoyado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario