miércoles, 9 de julio de 2014


Comprendí que somos pasajeros, algunos vienen y otros van. Hay otros que conducen, otros caminan, otros cogen velocidad y otros tantos están en el punto de partida. Escuché la voz de la conciencia que susurraba al aire, lo que de verdad nos esperaba al final de nuestro camino. Siempre queremos ver más allá de nuestras posibilidades, adelantarnos a los acontecimientos y crecer más rápido de lo que nos toca. Por voluntad construiríamos el edificio más alto y estructurado, pero por un solo fallo lo echamos todo a perder. Nadie nos prepara para el fracaso, la desilusión y la nostalgia. Quienes queremos nos pintan el camino de color de rosa y pensado para no tropezar jamás. Nos planteamos la vida como si estuviéramos hechos de plomo para que nada nos tumbe y que la adversidad no nos frene. Quizá ese modo de enfrentarnos a las cosas no sea cien por cien responsabilidad nuestra, sin embargo cuando te sientes derrotado el único que se puede encargar de volver a encaminarte eres tu mismo. Vivimos rodeados de gente, mucha gente, gente que tiene una opinión o adopta la de aquellos que si la tienen. Por eso existen dos clases de personas, las que están dispuestas a vivir sin importarles nada y las que se someten al poder de la sociedad.


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